domingo, 13 de octubre de 2013

La fiesta de los disfraces de la vida




Salió a pasear por el campo, necesitaba respirar aire fresco, sentir el aire correr por sus pulmones cuando se ahogaba en el teatro de una vida fingida, demostrando al mundo la fortaleza de una debilidad abismal, cuando hasta respirar, era un esfuerzo en su mundo desmoronado. Puso los cascos en sus oídos y se dejó llevar por sus pies, sin rumbo en la llaneza de los campos ya cosechados, rodeada de un desierto de vida, tal y como sentía la suya, en esa soledad impuesta por la ausencia de compañía cuando más la anhelaba.

Sentía la debilidad en su cuerpo, la extenuación que la obligaba a sentarse, con nauseas en el estómago, y tomó asiento en medio del campo, con la espalda apoyada en una encina y la mirada perdida en el horizonte, sin vestigios de humanidad, sólo ella, perdida en el mundo de sus recuerdos, abrazando sus piernas con fuerza, como si así pudiera frenar el derrumbamiento de lo poco que quedaba en pie en su mundo, como si con sus manos pudiera sostener la caída al vacío que profetizaban las lágrimas resbalando por sus mejillas. Como en esos días en que el clima acompaña al ánimo, comenzó a llover y se dirigió caminando a casa, con paso lento, confundiendo las lágrimas con las gotas de lluvia, no importaba el frío, ya no importaba nada... 

Llegó a casa totalmente empapada, arrojada por la rabia, se sentía despechada y se observó en el espejo de la entrada, chorreando, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, la mirada triste y la rabia acumulada que le erizaban la piel, no se pudo contener, pegó un puñetazo en la pared y se dejó caer al suelo en un llanto desconsolado, abrazando su cuerpo nuevamente, como si así pudiera contener ese torrente de lágrimas... imposible saber el tiempo que permaneció así. 

Como si de una convulsión se tratase, comenzó a arrancar la ropa, pegada a su cuerpo por la humedad, rasgando las prendas que cubrían su piel, como si quisiera despojarse de todo, se clavó las uñas en la cara mientras gritaba, intentando desprenderse de su belleza angelical, despreciándose a si misma por lo que era, intentos desesperados por marcar ese cuerpo del deseo, destrozando la belleza que lo vestía, e introdujo sus dedos en su vagina, penetrándose con fuerza, hasta sentir dolor, una y otra vez, vejándose a si misma, como si quisiera arrancarse cualquier vestigio de feminidad, con la rabia apoderada de su ser, sin apenas sentir el dolor físico que se infligía, penetrando con sus dedos cada vez más fuerte, hasta volver a caer llorando, tumbada sobre las baldosas frías, mas sólo tiritaba de dolor.

Yo, su súcubo, la observaba desde el cielo, expectante, su figura humana, inmóvil, tumbada como un bebé, abrazando sus piernas encogidas, allí permaneció esperando, aferrada a una ilusión como si fuese su bote salvavidas, consciente de que nunca llegaría, cuando un adiós se disfraza de un hasta luego, la desgana se viste de gala y el dolor saca su traje de luces, para vestir ese cuerpo desnudo que yace como un muerto, aunque sea en vida... esa es la fiesta de los disfraces de la vida cuando se mueren las sonrisas.


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