domingo, 4 de julio de 2010

El arma del crimen


La siesta había dejado mi cuerpo descansado y no sentía el sueño, ni siquiera el aburrimiento adormilaba mi cuerpo, sentía la falta del cariño en la soledad de una noche de fin de semana, días solitarios encerrados en el piso sin pisar la calle, sin sentir el aire fresco en mi rostro, mas tampoco sentía las ganas de salir a buscar compañía en la noche, no me apetecía sonreír a desconocidos... no sentía el devengo de buscar sexo en las fauces de un desconocido que no preludiase cada uno de mis gestos...

Entre películas que amenizaban la noche y atracones de dulces y salados, agua regando mi cuerpo y el aburrimiento y la soledad me condujeron a la cama, en busca de mi juguete, la habitación a oscuras, sólo la luz del pasillo iluminando la estancia mientras me tumbaba en la cama dispuesta a estrangular el hastío bajo las fauces del sexo...

La persiana a medio subir, con vistas a los jardines que adornan la calle, luz tenue que a penas deja distinguir las sombras, y allí, tumbada sobre la cama, con las piernas abiertas y flexionadas comencé a penetrarme suavemente, dulce... sin cavilar, nubes en la mente en blanco, cuando mi mirada se desvió hacia la venta y observé a aquel desconocido que paseaba su perro, mirando fijamente a mi ventana, podía distinguir entre las sombras lo que estaba haciendo... y esa mirada me excitaba, potenciaba mi deseo saber que me estaba observando, y permanecí jugando mientras me miraba, con la mirada fija en él, mas quería excitarle aún más y me coloqué de rodillas, frente al ventanal, con el juguete entre mis piernas, moviendo mi cuerpo de arriba a abajo, penetrándome despacio, sintiendo su roce al entrar y salir mientras mis manos levantaban la camiseta, única prenda que vestía mi cuerpo y me acariciaba el pecho, con dulzura y pasión desgarradora para cualquier mirada...

Permanecía ahí, quieto, con su mirada fija en mí mientras su can tiraba de la correa, juguetón, ajeno a todo lo que sucedía en aquel instante, inconsciente de la excitación de su dueño al observar mis caderas moverse con el vibrador completamente dentro y tal era mi excitación que introduje un dedo en mi ano, sintiendo cada movimiento de mis caderas con mayor profundidad... la zozobra que me quema por dentro cuando en vez de un dedo introduje dos y mis caderas buscaban mayores sensaciones en cada movimiento... ahí, observándole, como si deseara que entrara en el juego, codicia de placer inmenso cuando los dedos de la mano libre frotaban mi clítoris con fuerza y un orgasmo brutal... fin de una partida que él nunca comenzó y yo ahí, inmóvil, apoyada en mis codos sobre la cama, con la cabeza gacha, ausente, instantes eternos en los que sujetaba el arma del crimen con dos dedos, colgando en el borde de mi lecho... arma del crimen que tanto placer proporciona... y el placer de la muerte en mi cuerpo... sed de sangre que sacio con sexo....