sábado, 13 de noviembre de 2010

Irrepetibilidad


Se cala el frío en los huesos y un escalofrío me sacude desde dentro, bocanada de aire fresco en el anochecer temprano del invierno que se avecina fresco, aún no hace demasiada mella la helada del atardecer y camino, con paso firme sobre el asfalto, segura de mí misma cuando me observé en el espejo en el atasco y me gustó la imagen de mis ojos, profundidad de una mirada seductora por defecto, el bolso bajo el brazo y el gabán abierto, aire fresco en el pecho casi al descubierto con el pronunciado escote del vestido que cubre la piel, negro, sobriedad y despecho al mismo tiempo cuando las únicas carnes que se muestran son las que hacen imaginar qué más habrá bajo el algodón negro….

Autómata en el supermercado cuando sobra el carro, ni siquiera la cesta es imprescindible en las andanzas diarias de lo necesario y la fugacidad de mi paso entre los estantes, precisa, confiada y segura de mí misma, sin vacilaciones entre los llamativos carteles de las ofertas, atónita por los caprichos que inundan las cestas de compra compulsiva, cegada por el amarillo de los letreros que tientan las manos que toman los productos de las estanterías… y me dirijo hacia la caja, con paso firme, dispuesta a pagar los pequeños enseres que he capturado, con la gusta de un colacao bien caliente haciendo agua el paladar cuando poso sobre el mostrador el bote amarillo, y en la tentación consumista paseo la vista por los dulces, estratégicamente colocados junto a la cajera, pero evito la tentación de algo que no quiero realmente, mas sé que es más el vicio de la vista que las ganas de un donuts, es más lo que me entra por los ojos que ese donuts que acabará perdido en los muebles de mi cocina… pago con prisa y huyo de la tentación consumista de la comida.

De nuevo los pasos firmes sobre el asfalto, seguridad de mí misma cuando me cruzo con ese chico atractivo que habla por teléfono y me resulta un desafío la situación cuando me mira, mirada fija que mantengo en sus ojos, le convierto en presa, incapaz de desviar la mirada hacia el escote que antes hacía sus delicias… una nueva víctima y sin mediar palabra, cada uno por su camino, cada uno en una dirección y la complicidad del momento, un instante fugaz que se irá y no volverá, un instante fugaz que jamás volverá a tener lugar, pues caprichoso es el destino cuando sé que si me lo vuelvo a cruzar su atractivo no será el mismo… ya no será un atractivo desconocido, ya no despertará en mí la excitación de la intriga, el desafío de mantener la mirada…

Abro el portal y observo de nuevo la mirada en el ascensor, ojos de fiera en busca de presa que me pongo a mí misma, intentando provocar la autoestima que perdí hace días, intentando recuperar la mujer fatal que me levanta del suelo cuando al andar con pasos seguros sólo interpreto el papel de la seguridad y suenan los pedazos de la muñeca rota en cada movimiento, pero sólo se escuchan en mi cerebro…

Tras el tintineo de las llaves, siento la impaciencia tras la puerta, una ola del calor de la calefacción ya prendida y el nerviosismo de mis lindos mininos al entrar, saludos impacientes y la ternura de mis manos cuando se revuelven por el suelo buscando mis caricias, mostrando el anhelo de mi compañía y mientras les proceso los mimos de rigor, el pensamiento fugaz del cariño que me procesan, de lo grande que es el amor mutuo y la convivencia del día a día y sin dilaciones, me propongo darles un premio de comida, sólo porque su cariño me alegra los días…

Movimientos de rutina cuando me despojo del gabán y poso el bolso sobre la cocina, mis dedos encienden el ordenador y preparo mi ansiado colacao, música mientras se calienta en el microondas y me observo en los azulejos de la cocina, ¿cuánto hace que no bailo? ¿Cuánto tiempo que no me observo a mí misma? Y comienzo a mover mi cuerpo, observando la sensualidad de cada paso, la expresión indescriptible de mi rostro cuando siento la música y los pasos de la sensualidad que observo intentando provocar a la nada, un striptease a mí misma, un striptease a la nada en el que se pierde el arte de cada paso, de cada movimiento reflejado en los azulejos de la cocina, un instante que se va y no volverá, irrepetible la magia del momento cuando me observo y el súcubo en mis ojos, provocándome a mí misma…

Un sorbo al colacao y la sensación del calor de la leche resbalando por el esófago, el regustillo dulce en el paladar y una calada al cigarrillo al encenderlo, irrepetible instante que se va y no volverá, puede ser parecido, pero jamás será igual, y en esa sensación de consunción, me dejo caer en el sofá, la mente en blanco y una maraña de pensamientos sobre el empequeñecimiento humano ante la irrepetibilidad de cada momento, de cada instante que se va y no volverá ante nuestros ojos, muchas veces, sin prestarle el más mínimo miramiento; y en esta maraña que es el cerebro, recuerdo aquel primer beso, aquel beso que arrastró a la mujer fatal a ser la pusilánime que es hoy este espectro… irrepetible, jamás volverá en el tiempo…