domingo, 5 de diciembre de 2010

Nieve con sabor a primavera

Aspiré una bocanada de aire gélido que atravesó por mi nariz congelándome por dentro, frío invernal que no notaba barrera en el jersey térmico que se ajustaba a mi figura y la cazadora roja de nieve no espantaba el frío que ya tenía calado en los huesos, el pequeño gorro negro dejaba escapar la larga melena castaña por los hombros, abrigada por la bufanda a juego con el gorro, capas y capas de tela que me hacían imposible hurgar en los bolsillos para sacar los cigarrillos, inmovilidad de los dedos cuando me percato de la razón del refrán, “gato con guantes no caza” y gata con guantes no fuma… imposible girar la ruleta del mechero mientras suena la música en los cascos que llevo escondidos bajo la ropa, encajados en unos oídos de orejas frías. Mis pasos no dejan de avanzar con las botas sobre el barro, pies abrigados con dos pares de calcetines de lana, pisando charcos por los caminos embarrados, cuidado de no resbalar con el hielo de la nieve que se acumula por todos los rincones inhóspitos de esta villa, neblina que no deja ver lejos, pero el paso firme conoce el camino de perderse en el verde de los campos secos de estas tierras de regadío.

Tras de mí, avanzan los pasos del perro que me acompaña en la aventura solitaria, silencioso, con carreras que me adelantan y le llevan a vigilar mi espalda, no hay ningún peligro en la tranquilidad de estos campos, sólo el silencio de la mañana fría donde las gentes se agazapan en el brasero colocado bajo la camilla, tapados con sus faldas y los quehaceres cotidianos buscando el calor del hogar en estos días de heladas y nevadas que incomunican estos terrenos donde sólo rompe el silencio el tractor que faena y los balidos de las ovejas que se mezclan con el mugir de las vacas que reclaman comida.

Silencio, silencio que me llena por dentro, afasia que sólo se turba en mi cerebro cuando disfruto plenamente de la grandeza de estos campos y corro a abrigarme en la vieja casa donde nací, ahora en ruinas, con olor a humedad, medio derruida y en esas ruinas albergo grandes recuerdos de mi vida, observo las paredes de barro encaladas por mi madre y me invaden los recuerdos, recuerdos de una infancia revoltosa y feliz, llena de carreras y juegos, infancia sin pilas, trepando árboles y disfrutando de la grandeza de la naturaleza que me ofrecía el pueblo, algo que siempre tendré que agradecer a mis padres, el saber valorar el correr el agua del río, el olor de las flores que crecen en el campo, mi pequeño mundo de autismo y paz que sólo se ve roto por las voces de los lugareños, por ese alto tono de voz que forma la algarabía en la cocina cuando la conversación se asemeja a una discusión.

Me pierdo en la infancia recorriendo los pasillos sucios, llenos de telas de araña que no veo cuando mis ojos trasladan el más allá en el tiempo y regreso al pasado, a esos años en que habitaba esas ruinas, nostalgia en el cerebro cuando subo al desván y, tras el crujir de la madera con mis pasos, me siento en el borde de la ventana, con las piernas encogidas, horas y horas en ese lugar con un cuaderno escribiendo, poemas de adolescencia temprana, sonrisa interior al recordar la soledad en la que me abrazaba en la nostalgia de los sentimientos que requemaban este cuerpo, nostalgia de silencios cuando las inquietudes del mundo agitaban mi cuerpo más que las curiosidad del sexo y los besos.

Bochorno polar insoportable que se vuelve cálido al calor de los recuerdos, ríos de lágrimas derramados en ese escondite secreto, secreto porque nadie perturbaba la paz de ese lugar que conocían todos en casa, mas era mi lugar, mi refugio a la crueldad del mundo que habitaba tras las escaleras de esa guarida forrada de madera vieja, la casa donde nació mi madre, la casa donde nací yo y frente a mis ojos, la cuna dónde con cariño mama mecía mi cuerpo.

Tiempo parado, relojes que no andan y un teléfono sin cobertura, idilio de mundo en el que me pierdo sin contar los minutos que avanzan en el segundero cuando mis pasos crujen en las escaleras y no siento el miedo al quebrar de la vieja madera, esa fortificación de mis sueños no puede entrañar peligro ahora que busco de nuevo resguardarme del mundo en mi lugar secreto, ya sin olor a cocido en la cocina, sin las cazuelas armando escándalo cuando mama y abuela se entregaban mano a mano en los fogones, esas reuniones de mujeres frente al fogón, con carcajadas sonoras mientras hacían flores y orejas que en ocasiones yo bañaba de azúcar, cantidades industriales de dulces que se guardaban con celo bajo la cama, en cajas de cartón, esperando el café para ser servidas como el mayor de los manjares, que lo eran, pues ya no quedan esas cosas en la vida en que me he dejado llevar por el estrés…

Pasos lentos por el pasillo en la guarida de regreso al pasado, sueños en la nostalgia de los recuerdos y me en el suelo, observando las paredes de la que fuera mi habitación un día, mirada perdida en las paredes de una adolescente temprana, paredes decoradas con doce años cuando ya las reivindicaciones me urdían por dentro, cuando la sociedad me quemaba con las injusticias y los derechos humanos hacían enardecer la garganta.

Sentada en el suelo, frente al escritorio viejo, no puedo contener las lágrimas cuando recuerdo todo lo que aconteció frente a esa mesa de pino, coronada la estantería con libros y algún que otro muñeco poblado de recuerdos del que no sé el paradero, los libros los conservo. Lágrimas que no soy capaz de contener al saber que perdí muchos de los recuerdos que rubrique en viejas hojas de papel, manos que movían un bolígrafo sin pensar, valores que se pierden cuando ahora los recuerdos son víctimas de los virus por ser tecleados, gripe de los pensamientos que se vuelven más humanos cuando pueden acaparar enfermedades que los lleven a la agonía o la muerte.

No soy capaz de moverme mientras las lágrimas de la emoción recorren mis mejillas, aún con los guantes enfundados y saco un cigarrillo de los bolsillos, humo en silencio que no se rompe ni por los coches en una calle donde antes se poblaba de niños en la noche, carreras y juegos que llenaban de vida el barrio hoy desierto, ancianos que emigran a las residencias, juventud que huye al estrés de las ciudades y me hace un nudo en el estómago el recuerdo de la felicidad de la paz vivida en esa calle del pueblo, la abuela descansa en el camposanto, del abuelo casi no guardo recuerdos, y los vecinos, que será de ellos…

Bocanadas de humo que sabe a recuerdos sumidos en el pasado, y perdida en los recuerdos, intento recordar las experiencias contadas en esa mesa de madera, las lágrimas derramadas tras la puerta mal pintada de azul, frías paredes de barro que hacían las delicias en el verano y en el perchero, aún colgada, mi vieja bata rosa, rota, remendada, recuerdos que atrapo con los ojos y me evocan las noches escribiendo en el insomnio, con la luz del flexo que no despertara sospechas de que no estaba durmiendo, invisibilidad en el hogar poblado de alegría cuando escribía al amor, la tristeza y las nostalgias de una pubescencia temprana, racionalidad crítica en el cerebro cuando debía pensar en los besos, perdida en un mundo de libros que revolvían aún más las hormonas del cuerpo y entre esos recuerdos apareció su sonrisa, ese chico moreno de largo pelo, yo, niña frente a su cuerpo, niña de senos grandes y racionalidad que él no veía en el cerebro y no, no fue la primera vez que un hombre desnudó mi cuerpo, no fue el primer experimento de mi cuerpo cuando sus manos acariciaban mi piel y sus labios hacían agitar el pecho, no fue el primer experimento de mi cuerpo, pero sí el de los sentimientos cuando me entregué por completo bajo su cuerpo, aturdida por cada sacudida bajo sus manos encalladas del trabajo del pueblo, miedo por primera vez de no saber lo que hacer cuando ahora si me importaba realmente que todo fuera como en un cuento, sueños adolescentes cuando te pierdes bajo los brazos del amor verdadero y el bloqueo del cerebro con olor a hierba bajo su cuerpo, el aroma de las lilas cercanas invadiendo el cerebro y me fundí con las flores, fusión con el campo sobre la manta tirada en el suelo, él, sobre mi cuerpo, con ansias de poseer algo que no sabía tenía hace tiempo cuando perdí toda noción del cerebro y me convertí en juguete sumiso a sus manos, cuerpo desnudo de pechos tersos y la inocencia mezclada con las ansias de lo nuevo, de los experimentos de un cuerpo nuevo, del conocimiento de ese gran mundo aún por descubrir ante mis ojos, bajo sus manos, con su cuerpo deleitando el mío, escurriendo sobre mi cuerpo sin saber que ya había resbalado al cerebro, perdida en un mundo de ensueño para mí, adolescente, niña aún que experimenta el primer amor verdadero en el cuerpo, el primer orgasmo de ensueño cuando confluyen el cuerpo y los sentimientos sobre su cuerpo, gatita en celo con ansias de no dejar de experimentar los juegos de afrodita bajo la embriaguez de las lilas, el silencio del pueblo y las sonrisas que dibujaba la brisa en mi rostro en aquellos tiempos…

Invierno con recuerdos de una primavera, nieve tras los cristales de la ventana, tapando el campo, campo verde poblado de malezas que se esconde bajo el manto blanco del valle y una rama de romero colgada en el escritorio que intento oler, atrapar el aroma de algún año, lejano, una rosa seca, pegada al borde del escritorio de madera que tantas veces me vio llorar… y de nuevo los pasos por el campo, con la nieve poblada de recuerdos que la convierten en primavera…