domingo, 9 de enero de 2011

Estaciones


Subí las escaleras corriendo, sentí una sombra tras mis pasos en las calles mojadas por la niebla que no dejaba ver más de un metro por delante de tu cuerpo. Unos minutos antes había vuelto el cuello en varias ocasiones, buscando la sombra que percibía tras de mí, por primera vez sentí miedo de la noche embriagadora, miedo de los sombras que imaginaba tras mis pasos.

Cerré la puerta de la entrada presurosamente, el corazón acelerado bajo la cazadora húmeda por la densa niebla que calaba hasta los huesos y, tras encender la luz del pasillo, me despojé de ella; respiré hondo intentando calmar la respiración acelerada y me senté sobre la cama.

Intentaba recuperar la calma cuando el nerviosismo en el cuerpo se acumulaba, quizás sólo era una mala pasada de la imaginación, pero realmente había sentido agolparse la sangre en el cerebro, el verdadero miedo a la nada que se escondía en la noche…

Sintiendo las palpitaciones del corazón en la sien, me invadieron los pensamientos, la locura del deseo de su cuerpo; lágrimas que rodaban por las mejillas cuando se rompió el mar de mis sueños, y me dejo arrastrar por la corriente de los días que se suceden, uno a uno, sin más, sin vida, vida que se escurre entre mis dedos sin dar cuenta de ella cuando derramo una lágrima por un amor desmedido, desmerecido cuando existe un precio por las caricias que suplican los anhelos.

Otro susto, un pequeño brinco sobre la cama, el timbre del telefonillo sonaba resquebrajando ese idealizado mundo de nostalgias, realidad de un mundo oscuro en la noche y ni siquiera reparé en la hora que era… ¿quién podía visitar mi casa pasada la medianoche? ¿Quién osaba retar la penetración del umbral de mi portal en esas horas?

Limpie las lágrimas de mi rostro incrédulo, expresión asombrosa en la piel de melocotón que recubre mi cara, húmeda por las lágrimas que refregaba con las manos, aclaré la voz tragando saliva mientras me sacudía otro sobresalto, unos nudillos golpeaban la madera de la puerta, ¿cómo había llegado hasta arriba? Asomé un ojo enrojecido por la mirilla y pude observar su rostro en el portal, con expresión confundida.

Devaneos de la mente cuando funciona a ritmo frenético, de nuevo el corazón agitado en el pecho, ¿eran sus pasos los que me seguían? No quería verle, pero no podía resistir la tentación de correr a sus brazos, de preguntarme qué buscaba en mi casa en medio de la noche, de cruzar palabras con sólo una mirada….

Me coloqué un poco el pelo y abrí la puerta lentamente, observando su cara que dibujaba una sonrisa, era incapaz de interpretarla en la confusión que provocaba la situación, el nerviosismo de mi cuerpo y los ojos rojos que él observaba fijamente; mientras, sólo un pensamiento, que no preguntase si había llorado….

-¡Hola! – dije en voz baja, casi rozando la timidez.

- ¡Hola! – mientras sonreía de nuevo.

Pasó a mi lado, estaba inmóvil con el gato en brazos, mientras, cerré la puerta cortando el paso del aire que entraba. Se quedo parado frente a mí, muy cerca, acariciando el gato con mimo, encaramado a mi cuello, intentando saltar al suelo, propósito que consiguió cuando le solté al clavarme las uñas en su huida.

-¿Qué tal? – Pronunció con cortesía.

No respondí a su pregunta, una mirada nostálgica, triste, fue toda la respuesta que obtuvo de mí ante tal obviedad, no me había lavado la cara, el rímel se escapaba de mis pestañas formando en mis ojos un pequeño borrón negro de tinta y agua salada. Giré sobre mis talones y encaminé los pasos hacia el sofá, languidez en los movimientos cuando su mano se posó en mi antebrazo y volvió a girar mi cuerpo hacia el suyo, como una muñeca de trapo dejé que guiara mi cuerpo, de forma suave, cuando mirando mis ojos acarició mi mejilla con la otra mano, ojos cerrados en el disfrutar de una caricia única, aspirando el aire de la estancia, quieta, como quisiera absorber ese instante para que no se fuera jamás…

Sus mano cogió mi cintura, y aún tomando mi mejilla con la otra mano, acercó sus labios a los míos y los besó con suavidad mientras mis manos tomaban su cintura, acercándome aún más a su pecho, una mano en mi nuca y la otra en mi espalda, atrapando en un callejón sin salida mi cuerpo, que gravitaba con la sensación de consuelo que regalaba ese beso, instante que ahuyentaba los fantasmas del cerebro mientras se sucedían las estaciones en la estancia, el calor del verano regalado en un beso.

Seguía besándome mientras sus manos acariciaban mis glúteos sobre el pantalón vaquero ceñido, otra mano en mi pecho, sobre la camiseta ajustada, buscando sentir el tacto de un pezón oculto bajo el sujetador. Mis manos buscando un hueco donde recorrer su piel, bajo la camiseta, acariciando su espalda con las yemas de los dedos, jugando con las uñas en la provocación de los deseos, apoderada por las ansias cuando arranqué la camiseta de su cuerpo y la tiré al suelo.

Sentí que mi cuerpo se elevaba del suelo cuando me tomó en brazos, y me posó sobre la cama, besando mis labios de nuevo mientras sus manos intentaban arrancar la camiseta, que caía al suelo mientras mis manos cruzaban la espalda para desabrochar el sujetador negro que escondía apretado mi pecho. No se hizo esperar su lengua jugando en mis senos, pequeñas lametadas que aumentaban la temperatura del cuerpo, calor veraniego que me hizo despojarme del pantalón mientras sus dientes mordisqueaban el pezón al descubierto, ojos cerrados y de nuevo otra prenda en el suelo, con el gato observando, sentado al lado de la cama y mis manos en su nuca, acariciando su pelo cuando se deslizaban las caricias por mi cuerpo.

La respiración se me iba tornando en jadeos cuando beso mi cintura y sus manos escurrieron el tanga por mis muslos, resbaladiza lencería que dejaba desnuda la piel al completo mientras me peleaba con el cinturón de cuero que anclaba sus pantalones, pero no pudo evitar que también acabaran en el suelo; el otoño había invadido nuestros cuerpos.

Sus manos se posaron en mis caderas, sus labios jugaban con mis muslos, mordisqueando la piel suave, una lengua que resbala por las ingles y me hace desear, una mirada furtiva que se cruza con la mía y resbala su mano por mi cintura para tropezar con los anhelos, dulce tropiezo de sus dedos en las profundidades de mi cuerpo cuando su lengua serpentea en el monte de Venus y enloquecen los jadeos.

Le aparto como una pierna, empujando su hombro lejos de mi cuerpo y con un nuevo empujón, le tumbo sobre la cama, reptando sobre su cuerpo, besando de nuevo sus labios, empapados de sabor a mí, recorriendo su cuello con besos, caricias de una lengua que pretende hacer hibernar el tiempo, cuando pretendo retener el aroma de su piel, mientras la saboreo.

Caricias de mis manos en su cintura y me dejo llevar, cuan iceberg perdido en el mar, con mi lengua de fuego que pretende derretirle hasta el último deseo, jugando en sus muslos con pequeños mordiscos, observando cómo se retuerce sobre las sábanas, caricias de mis dedos en sus testículos mientras mi lengua insaciable le hace gemir, me ponen sus jadeos y él juega con sus dedos.

Levanto la vista, con una sonrisa vestida de picardía, me coloco sobre él, traviesa mi lengua entre sus labios mientras su mano busca introducir su pene dentro de mi cuerpo, rebeldía de mi cadera que prolonga los deseos haciendo más placentero el momento, puñalada que atraviesa mis piernas mientras se curva mi cuerpo, sentado sobre el suyo, buscando el placer con el movimiento, sentirle dentro.

La psicodelia de la fusión de los cuerpos se apodera de mi, movimientos del infierno sobre sus caderas cuando ayuda a mi locura con la drogadicción de sus movimientos, bajo mis caderas frenéticas, piel empapada de un sudor dulce, cuando sus manos se empapan de él y acarician mi mejilla de nuevo, esta vez mis labios atrapan uno de sus dedos, coquetería de una lengua que relame y lo atrapa en el erotismo de las provocaciones.

Sutilmente se percató del cansancio de mis piernas, abrazando mi cuerpo, besando de nuevo mis labios con ternura y rodando sobre las sábanas se colocó sobre mí, penetraciones profundas con el movimiento rebuscado de mis caderas, acompasado con el suyo, como dos bailarines en la pista de baile. El placer de los movimientos lentos dio lugar al frenesí, a la búsqueda del clímax sobre mis caderas, arrodillado frente a mí, tumbada con las piernas flexionadas, con la yema del dedo jugando en mi monte de Venus, sus caderas me golpean y sus manos se aferran a las mías, gemidos de placer en mi garganta, provocación de su rostro, desencajado, mordiéndose el labio en la sintomatología del disfrute, instante en el que sentí el estallar de su semen en mi vagina, salpicaduras de su ser en mi interior y su peso muerto sobre mí, la dulzura de sus labios, complacidos, agradecidos…

Así me quedé dormida, sumida en una primavera, con el aroma de las flores rodeando mi cuerpo, y la lluvia al despertar de nuevo…