domingo, 28 de noviembre de 2010

Aromas


Suena el despertador y entre las tinieblas busco la parpadeante luz del móvil para apagarlo, no quiero levantarme, no quiero desvanecer mi mundo de sueños, big-bang de sonidos que destroza la felicidad infinita en la que me encontraba sumida, no quiero levantarme, hace frío, los maullidos de la gata hacen que me desperece, acude al sonido cuan fiera en busca de su presa, ella, en busca de sus caricias… ¿cuánto tiempo llevaba esperando? ¿Cuánto tiempo conteniendo el deseo de las caricias por respetar mi mundo de sueños? No debía ser demasiado, cuando la pueden las ganas, salta encima de la cama y reclama mi mano sobre su pelo, caricias con esmero que hacen que me vuelva a dormir con su ronroneo, pero hoy no puedo, ¡no puedo! Le doy un par de caricias y un beso y me voy corriendo hacia la cafetera, ignorancia de sus ronroneos de felicidad que se me castiga cuando llego a la cocina, ¡mierda! No hay café…

Otro día que comienza sin sonrisas, otro día que no me levanto con los astros alineados, o lo que coños quieran decir los que crean en eso… Ley de Murphy, tengo prisa, todo sale mal… no hay café y tengo que hacerlo, anoche me acosté tarde y no hice la maleta, cómo odio estos despertares…

Con la cafetera ya al fuego y el humor a punto de estallar, comienzo a meter los cuatro enseres necesarios para mi viaje de dos días en la maleta, de nuevo el de las casualidades se vuelve en contra de mí, la ropa que quiero está sin planchar… no pasa nada, respiro hondo mientras saco la tabla de planchar y la plancha, seguramente me iré y quedarán en medio, estrés de vida que comienza a las cinco de la mañana, silencio absoluto en la ciudad de los ruidos incesantes y me pregunto dónde vivirán los que anoche bebían en mi puerta sin dejarme dormir, me gustaría hacer un alto para dar voces y reírme a carcajadas en su puerta, pero no puedo, no tengo tiempo.

Preparo un café que bebo mientras me fumo un cigarro, no me relajo, mentalmente repaso el contenido de la maleta, desastre de organización cuando el desorden es mi orden, me encamino a la ducha mientras calienta la plancha y me pierdo bajo el agua caliente en la fría madrugada, candidez de una piel que froto con cariño, pelo que enjabono con esmero, buscando el brillo de esa larga melena negra y con la piel aún húmeda, baño de aceite que le da un brillo y un tacto especial, suavidad que me excita, pero no puedo, no tengo tiempo ¡mierda! Ahora me apetecía perderme en mi mundo de caricias… el aroma de frambuesa me evoca los deseos, olores que excitan el cuerpo y dejo que una pequeña caricia se pierda en el tiempo, un instante, un momento, víctima de mis propios deseos…

Calor del vapor al planchar mi vestido negro, sólo con la toalla cubriendo mi cuerpo, piel aún húmeda, olor a frambuesa del aceite que relaja el humor de la mañana y con una sonrisa me coloco las medias en las piernas, buscando la similitud en su altura, y encima el vestido negro, altos tacones y me miro en el espejo, Marylin también lo hubiera rescatado de esa tienda, amplio escote, cinturón que lo ajusta a la cintura y el vuelo del vestido que cae por debajo de las rodillas, deleite de las curvas que se imaginan en las caderas y la divinidad de los senos que corono con un collar que cae colgando en medio, maquillaje natural, lo justo para tapar las imperfecciones de la piel y esa raya negra que se reviste con el rímel, acentuación de unos ojos que destacan en mi rostro, pero mientras me miro en el espejo, me pregunto para qué me pinto, para que embellecer mi rostro si las miradas se centrarán en el amplio escote que deja entrever la voluptuosidad de mis pechos…

Salgo corriendo del apartamento y me dirijo en taxi al aeropuerto, llego tarde, le meto prisa al taxista que no tiene culpa de nada, siempre lo mismo, yo y el tiempo… Por suerte, su habilidad de conducción y conocimiento evitan atascos y llego a tiempo.

Dulce ritual el de los aeropuertos cuando con majestuosidad poso mi bolso de diseño sobre una bandeja de plástico de colores, agacho mi cuerpo y desabrocho las tiras que sujetan mis zapatos de tacón a los tobillos, siento las miradas clavadas en mi vestido, ese hombre de traje que me observa con recelo, cuan loba a un conejo, sus ojos perdidos en mí, ni siquiera se percata de que le estoy viendo, está absorto en mi escote, buscando ver más con la posición inclinada de mi cuerpo, y con una sonrisa interna, sigo con la cuidadosa labor de deshacerme de los tacones, y volverme pequeña, enana de estatura mientras él mira mis medias de red negras. Por un momento, en el juego de la provocación, siento ganas de levantar un poco el vestido y dejarle entrever la puntilla, de las medias negras de red, que se ciñe a mis muslos, observar con recelo su reacción, la expresión de sus gestos, ahí, parado, intentando vaciar unos bolsillos vacíos hace tiempo…

De nuevo Murphy hace presencia en este día, quizás ese detector de metales, quizás esta vez el destino esté de mi lado y en el deseo de sentirme atractiva escucho los pitidos que me hacen centro de las miradas, con una sonrisa me someto al sobeteo que marca el reglamento, caricias toscas de una mujer, rubia, malhumorada, amargada de la vida en la expresión de su rostro… dulce provocación de caricias de mi mismo sexo que me excita en las casualidades y en los roces banales, pero estas no me provocan nada, son toscas, desganadas, manos que rozan casi con asco mi cuerpo y agradeciendo la suerte de la vida que tengo, me coloco de nuevo los zapatos, con calma, como si de un ritual se tratase, el ritual de seducir las miradas, el ritual de seducirme a mí misma…

Una hora y media de espera frente a las puertas de embarque, observo a esa mujer que trabaja con un portátil, quizás ultime detalles de una reunión inminente, yo ya hice lo mismo con la mía, ese señor que observa a la gente, analizando movimientos, el matrimonio de ancianos que se sienten nerviosos y perdidos, dos niños corriendo mientras su madre intenta poner orden, un extranjero buscando indicaciones, la fauna más variopinta del animal humano, y ese joven que me observa, con su traje negro y los cascos puestos, desde mi sitio puedo escuchar su música, otro que en los desaires de la vida se aferra como un siervo al trabajo que le toca, lo sé por la música que me llega de sus cascos, por el desaire con que se enfrenta a este día de trabajo, el mismo que el mío, con apetencia cero.

Saco de mi bolso una manzana roja y un libro, me pierdo entre las páginas, nociones de la realidad que se nublan en mi mente cuando me absorbo en la lectura y formo parte de esa historia, dejo de ser yo cuando la única realidad que percibo es el aroma de esa manzana roja que aproximo a mis labios pintados del mismo color, la huelo y me hago dueña de su aroma, ahora es mío, lo ha perdido…

Vuelvo a levantar la vista, ahora sin noción del tiempo y veo que ese joven me sigue mirando, me percato de un atractivo que no había visto antes y del detalle de que él si observa mis ojos, intenta escudriñar lo que hay dentro y eso me excita, sigo observándole, contengo la mirada fija en los suyos, yo si puedo ver lo que tiene dentro, esa nube de pensamientos que alberga su cerebro, le miro fijamente y sin pronunciar palabra me levanto de mi asiento, sé que me va a seguir, sé que sus pasos vienen tras los míos cuando cruzo la puerta de los aseos y me aprisiona contra la pared, besando mis labios con ganas, víctima de mí mismo deseo.

Sus manos recorren con ansia mi cuerpo, tropezones de caricias cuando yo no deseo sus besos y dejo caer sus pantalones al suelo, sorpresa en su mirada al hurgar con sus manos bajo mi vestido y comprobar que sólo las medias me visten por dentro, no quiero los besos, no quiero dulzura en las caricias, me apetece la fiereza de las embestidas que da a mi cuerpo, aprisionado contra la pared, jadeando de placer, con mis piernas cruzadas en su cintura, sujetas por sus brazos que me alzan en el aire y mi cabeza hundida en su cuello, aspirando su aroma, aroma que ya no es suyo, ahora es mío, lo ha perdido… se lo he cambiado por la humedad que escurría entre mis muslos, por los suyos al placer del orgasmo silencioso que me provocaba la excitación de lo desconocido, del placer de sentir su virilidad en mis carnes, de atrapar su aroma y que ahora sea mío…

Vuelvo a colocarme el vestido y abandono el baño tras retocarme el maquillaje, él aún sigue dentro, ni sé ni me importa lo que estará haciendo, ni siquiera vamos en el mismo vuelo, me subo a mi avión y ahora en las nubes, vuelvo a coger mi manzana, atrapo el poco aroma que le queda, es mío, se lo he robado, y recuerdo el aroma del cuerpo musculado del joven del baño, tampoco tiene aroma, es mío, se lo he robado, ya no será nunca un desconocido, ni siquiera sé su nombre, pero tengo su aroma, algo más valioso, más poderoso, porque le robe su aroma y le dejé marcado con las huellas del mío…