domingo, 21 de noviembre de 2010

Amigas, simplemente amigas


Corre la brisa fresca azotando mis mejillas, coloradas por el frío al alba, la niebla que se cala en los huesos de este cuerpo y el relinchar del caballo, atado a un árbol, sonidos de la naturaleza animal que se entremezclan con el correr del agua por el río, niebla que no me deja siquiera ver, en este amanecer, la otra ladera del río, y ahí estoy yo, sentada en una piedra, armada con gorro de lana y esa bufanda añeja que un día tejió la abuela con todo el mimo del mundo, nostalgia que me invade al respirar la humedad de las nubes bajas, nubes de algodón que rodean mi cuerpo, y el aroma del rocío, ese aroma de hierba húmeda que mana del suelo, entremezclado con el olor del agua del río, ahí, sentada, tiritando de frío y sin querer moverme cuando me mira mi caballo negro.

La mirada perdida en las ondas que hace el agua al caer de las piedras que tiro desde la rabia, ensimismada en los pensamientos, perdida en un mundo de recuerdos, perdida en ese paisaje de cuento, mi cuento, mi río, mi pueblo…

Bajo los negros guantes de lana, los fríos dedos se aferran a las piedras húmedas, gélidas, y las lanzan, dando brincos por la superficie del río, mientras me sumo en el mundo de recuerdos observando los círculos del agua, con una gota que cae sobre mi cara, siento el escurrir del rocío de las hojas de los árboles; sin saber por qué, me invade el recuerdo de aquella amiga que tuve, aquella amiga de rizos rubios, como el cardo seco que se mantiene aún en pie a las orillas del río, aquella amiga con la que disfrutaba de la complicidad de hablar con las miradas, sin pronunciar palabras cuando compartíamos momentos irrepetibles sobre el escenario, hace años ya, complicidad de la que nunca dimos cuenta en el atractivo de las miradas que nos procesábamos, haciendo caso omiso de los deseos, amigas, simplemente amigas.

No necesito un piano que ponga banda sonora a los primeros rayos del sol, el piano suena en mi cabeza, pone banda sonora a este amanecer invernal, cargado de la belleza insólita de los parajes de esta vega, la cual atrapo en toda su esencia, paz en el alma turbada con las nostalgias y el pensamiento de un momento de silencio, que deseo compartir con alguien que abrace mi cintura, compartiendo el calor de los cuerpos y el silencio, pero en el egoísmo de los pensamientos, quiero esa belleza sólo mía, el refugio de mis sueños, mi escondite secreto, Alicia en el país de las maravillas, sin enanos, pero en mi mundo de sueños, qué sería de mí si estas piedras desnudaran los pensamientos que allí confieso….

Hace años ya, ha llovido demasiado desde que dejamos de conocernos, mi amiga, ni siquiera sé cuál será su paradero, ¿qué habrá sido de la complicidad de aquella mirada? Me basta saber que guardo un bello recuerdo cuando la amistad era tal que bastaba no pronunciar palabra para el entendimiento, no había profundidad en los sentimientos, ni lágrimas en los problemas, simples compañeras que con la mirada comunicábamos lo que llevábamos dentro, esa magia de las relaciones, absolutas desconocidas que intimaban sólo con los ojos, complicidad absoluta, un lenguaje que no precisaba ni de gestos…

Ni siquiera soy capaz de recordar cómo nos conocimos, andanzas de una vida de aventuras que me llevaba a encerrarme en soledad largos momentos, sobre las rocas del acantilado, como ahora, sobre las piedras del río, sólo compañeras en la danza de los cuerpos, complicidad de movimientos sobre el escenario, actrices que interpretan su papel, sólo eso, pero la complicidad de los gestos, la atracción que obviábamos en los cuerpos…

No sé que nos llevó a hacerlo, que rompió la barrera de los silencios, en qué momento comenzó el lenguaje de las manos a interferir en nuestros cuerpos, todo era como siempre, un juego, mas en la danza de los cuerpos, mi mano se deslizó suavemente sobre su pecho, una caricia suave, rozando su pezón erizado con la cara externa de la mano, inocencia de un roce que se convirtió en la provocación con la mirada al observar el gesto de su cara. Amigas, simplemente amigas con la complicidad de las miradas en silencio.

Inocencia de la suavidad de una piel rozando el raso de su camiseta, como si de su piel se tratase, una segunda piel que deja traspasar las sensaciones de una caricia inocente, inocencia turbada por la complicidad de la mirada que llevó mis labios a rozar los suyos, lento, despacio, con miedo, miedo que se turbo en complicidad al abrir de su boca, como si me regalase una flor esa muñequita rubia de rasgos dulces, y mi lengua resbalando suavemente entre los labios carnosos, pintados de rojo pasión, dulzura en la suavidad del juego de esas lenguas mientras mi mano se ceñía suavemente a su cintura, la suya, con los dedos enredados en mi pelo, ironía del contraste, ella, rubia, de piel pálida, ojos azul cielo… yo, de pelo negro, piel morena, grandes ojos negros…

Sólo un beso, sólo amigas, amigas y nada más, amigas en la complicidad de las miradas y sólo un beso, sólo el juego de la provocación de las almas cándidas que miraban, demonios en pleno apogeo, obviando los deseos.

Picarescas de la provocación, picarescas de los juegos tras el papel del teatro en el escenario, actrices en el papel de los deseos que nos carcomían por dentro, una piedra que bota sobre el agua del río y cada vez siento menos el frío cuando me sonrío en los recuerdos, complicidad con el paisaje que refugia mis secretos más inconfesos.

Me invade de nuevo el recuerdo, recuerdo de su mano lenta, resbalando por mi cuello hacia la barbilla, yo, tumbada al borde de la cama, medio sentada, ella, rozando con sus carnosos labios, pintados de rojo, mi vientre, el agitar de un corazón que siente la excitación y esta vez no siento los perjuicios de la humedad de mi sexo cuando sus dedos rozan mis labios, y relamo uno de ellos, complicidad de una mirada en silencio cuando la profundidad de mis ojos negros se pierde en el mar de los suyos azules, y sus labios rozan mis muslos, húmedos por el escurrir de los deseos, caricias de una lengua que me hace mirar al techo, juegos de sus dedos que me hacen ahora sentir el calor en el frío invierno sólo con el recuerdo.

Poesía de caricias cuando la complicidad de las miradas hace que se rompa el silencio en los juegos de la picaresca sobre las sábanas, ya no es sólo el teatro de provocar al espectador que mira tras el cristal, no hay guión cuando, mientras sus labios me rozan de nuevo y su lengua se abre camino entre mis labios, siento el penetrar de sus largos dedos, delicadas manos de muñeca que hacen encoger mi cuerpo y resquebrajar el silencio con los gemidos que se fluyen con los jadeos; mis manos, en su pecho, grande, terso, provocando la complicidad del juego de mis belfos…

Complicidad de las miradas cuando se muestra sumisa a mis deseos, sus manos, aferrando las sábanas mientras se suceden mi lengua y los dedos, primero uno, después dos, demasiada excitación en su cuerpo, y sigo jugando mientras saboreo la dulzura que mana de sus piernas, complicidad cuando a la vez observamos tras el cristal, ojos de deseo que matarían por ser cómplices de lo nuestro, pero somos las dueñas del deseo, sólo amigas, sólo nuestro ese momento y la excitación de saber que ven lo que estamos viviendo, la complicidad de las miradas cuando dejamos de obviar el deseo… me excita saber que lo están viviendo, pero no son partícipes de ello, me excita hasta tal punto que mientras juego con ella, ella juega conmigo, muñecas, actrices sobre el escenario, sin guión que marque la actuación, un público acogedor en el teatro y la explosión de la excitación del juego, con la complicidad de las miradas, complicidad con esos dos chicos que observaban tras el cristal, incapaces de contener la excitación por lo que estaban viendo, yo, incapaz de contener la excitación ahora que lo recuerdo… la complicidad de las miradas en silencio, la complicidad del temblar de nuestros cuerpos….

No sé cuál será su paradero, que será de la complicidad de su mirada, pero ahora que ha invadido mi escondite secreto, que en parte la hice dueña de mi mundo de sueños, ahora que siento la humedad de los recuerdos, me invade el sentimiento de tumbarla sobre las rocas, de jugar con la complicidad de nuevo, amigas, sólo amigas y nada más, cómplices de las miradas en silencio.

Y en silencio me subo a mi caballo negro, paseo al trote por mi mundo de ensueño, paseo al trote por mi mundo de silencios con la complicidad de la humedad de los recuerdos, roces de la silla de montar que me alejan del frío invierno…